València- la comunidad
de la paella, de naranjas, y de fallas. Es en esta ciudad y en sus alrededores
donde pasé tres semanas a finales de septiembre, y donde terminó mi verano. Tuve la suerte de hacer
un amigo en Warwick que vivía cerca de Valencia, en una aldea montañosa y
pintoresca que se llama Olocau. Me invitó a
quedarme con él y su familia y a ayudar en las clases de su instituto anterior,
llamado ‘el colegio inglés de Valencia’. Fui para terminar mi año en
el extranjero de manera divertida y para practicar mi español.
Al principio,
trabajar en el colegio fue un reto. La única práctica de castellano
que había hecho durante mi año en el extranjero había sido en Francia, donde
conocí a algunas profesoras españolas y hablábamos a menudo, pero
cuando empecé a trabajar en Valencia esta falta de fluidez se
mostró muy rápido. El impacto cultural también se manifestó en que nunca había estado
en un colegio privado antes, y encontré el estilo de enseñanza más tradicional
de lo que solía ver en Inglaterra. Sin embargo, me acostumbré rápidamente
y mi español me volvió lentamente a lo largo de la primera semana,
gracias a las habilidades gramaticales que había aprendido
en mi segundo año en Warwick. Mi papel en el colegio,
principalmente, consistió en ayudar a los estudiantes
extranjeros a aprender español de nivel básico, y eso fue muy
gratificante. Mis alumnos venían de varios países,
por ejemplo, Escocia, Rusia, Lituania y Turquía y eso
me pareció muy interesante.
Mi pasión por
las lenguas fue animada durante mi estancia no solo con el
castellano, sino también con el valenciano. Sería fácil
descartar el valenciano como un mero dialecto del catalán, y eso se
debate mucho. Pero tuve la oportunidad de ir a algunas clases de
valenciano, y me enamoré de él. Una profesora con la cual trabajaba lo
hablaba fluidamente, y cuando le pregunté: ‘Normalmente, ¿prefieres hablar
en castellano o en valenciano?’ me dijo: ‘prefiero español’. A pesar de
eso, y las risitas de los alumnos cuando lo hablaban en sus clases, se veía que
a ellos les gustaban los sonidos raros de esta lengua híbrida, y a
mí también. Me parecía que formaba una parte clave de su
identidad. Encontré que el uso de valenciano estaba particularmente
arraigado en las comunidades campesinas. Cuando caminaba por las
calles de Olocau, algunos ancianos se sentaban siempre
delante del ayuntamiento charlando, debajo de la bandera de color oro, rojo y
azul, y siempre me saludaban con un coro de ‘bon día’. Además, por las
noches había reuniones de toda la aldea y discursos en la lengua contra la
violencia de género, y en el paso de cebra de la calle principal se veían las
palabras: ‘Per la diversitat’. La
cosa más importante que aprendí durante
mi tiempo en España es que es importante aprovechar cada
oportunidad que se presenta para ir al extranjero y para practicar un idioma.
Si pudiera haber cambiado algo de mi estancia, me habría quedado más tiempo allá,
porque al final de estas tres semanas mi español habría acabado
de mejorar. Creo que es muy importante que des a tu idioma extranjero
la atención y el tiempo que necesita.
Henry Thomas
Final Year Hispanic and French Studies